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© 2000 - Julio Felipe Herrera Romero
Prensa:
Hermes Francisco Daza - Colaboradores: José Parody, Alvaro Alvarez
y Carlos M. Granadillo
Diseño, fotografía y programación: Julio Felipe Herrera
Romero
Bogotá, D.C. - Colombia / Sur América
De
aquel trío de noveles músicos, su guacharaquero recuerda con halo de humor,
como quedaban de extasiados y con las manos y los brazos duros y anestesiados
del dolor después de acompañar las interpretaciones de Juancho. ...Al poco
tiempo se fue para Medellín a grabar su primer larga duración con unos temas
recogidos a la carrera después que Rafael Orozco (q.e.p.d.) se lo sugirió
a Juan Piña.Con un acordeón prestado Juancho se lanzó al competido mundo de
la música. Nadie le creía. En medio de su supuesta inmadurez musical, sorprendió
a todo el mundo. Es posible que "El Fuete", su primer trabajo, haya sido
la interpretación más depurada de toda su carrera de notas finas, precisas
y cargadas de sensaciones, hasta ese momento insospechadas en los acordeonistas,
a excepción del legendario Alfredo Gutiérrez y Emiliano Zuleta, Juancho fue
reconocido de inmediato como maestro del acordeón. Fue tal la ejecución de
Juancho en su primera oportunidad, que un conocido productor llegó a sentir
lástima porque creía que Juancho, a pesar de ser bueno, ya no tendría más
"notas" para otro L.D. El tiempo diría lo contrario. En cada uno de los trabajos
que grabó está impreso el sello inconfundible de su nota sabia, elegante,
como de músico estudioso. Diomedes Díaz, Elías Rosado, Jorge Oñate... lo acompañaron.
Decenas de grabaciones. La mejor interpretación de Juancho aún no se define
por la riqueza musical de cada una de ellas. Y aunque ahora es difícil que
él mismo pueda decirnos cuál es la mejor, alguna vez reconoció con la modestia
de siempre que la canción "La Morriña" fue una de las más exigentes para interpretar,
por su rapidez y la sobriedad con que la ejecutó en 1977. Y de los temas suaves,
"Lloraré" puede considerarse el vallenato romántico perfecto por su suave
cadencia y letra ensoñadora. En "Lloraré" Juancho Rois rebela de la forma
más pura una de las mayores virtudes de un músico creador: el acompañamiento
suave, rítmico y sostenido de a voz del cantante. Fue una de sus constantes
en la música. Incluso, en algunas de sus interpretaciones llegó a ejecutar
lo que en música clásica se conoce como 'Fuga"; es decir, seguir la melodía
del cantante con distinto tono.
La
genialidad de Juancho se desbordó al merengue y a la composición vallenata,
llegando a ser uno de los mejores arreglistas de esta mezcla. Guayacán, Wilfrido
Vargas, Joe Arroyo y otros recuerdan la versatilidad de Juancho para hacer
variaciones con su acordeón en ritmo de salsa y merengue. Su último experimento
musical fue el sueño de su vida. La nostalgia por los aires cibaeños de los
años 40 le hizo crear el "Vallerengue", una grabación que dejó en pasta
virgen y en la que se deja sentir la revolución, la frescura y la fluidez
de Juancho para interpretar el merengue con acordeón. Detrás de la trayectoria
de Juancho como músico, corre más rápido que su genialidad, un hombre con
un extraño e imparable impulso vital de complacer a la gente y de mostrar
una modestia exagerada. Era una mezcla pueblerina de hedonista y filántropo
y siempre esquivó los comentarios de admiración por sus cualidades como músico
y persona. Con camisa desabotonada, a pie descalzo comiendo frituras de pueblo
en un sardinel le decía no a la fama. No satisfecho con su danza de la sencillez,
Juancho hacía cosas admirables que una vez me hizo pensar que estaba frente
al último de los provincianos románticos. Se presentó al Festival Vallenato
sabiendo que no iba a ganar porque fue enemigo de sacrificar su estilo a ceñirse
a las normas de un premio, sin embargo Juancho concursó para complacer al
público. Y cuando su rival de turno iba a ser descalificado porque se había
quedado sin acordeones, Juancho partió raudo a su casa y le trajo un par de
acordeones a quien ganaría dicho certamen. Fue una carrera en la que el músico
se dio cuenta que ya no sólo contaba su acordeón como medio para transmitir
su amor por la gente, así que todo lo que agarraba era para convertirlo en
mil regalos para sus amigos.
Fama, prestigio, y dinero... pero el mismo Juancho: sencillo, amante de dar
un buen presente a sus amigos cada vez que viajaba, apasionado por ver una
buena película, o hacer unas arepas de queso, que según un vecino y primo
hermano, no existía quien las hiciera mejor en San Juan. Juancho Rois, era
el acordeonista y el hombre que no fue elegido por un jurado como el mejor
porque pudo más su soberbia del acordeón que cuatro reglas contrarias a la
verdadera esencia y razón de ser un músico.
A
diferencia de otros acordeonistas quienes provienen de dinastías musicales
como los Zuleta, los Romero y los López, Juancho Rois no tuvo herencia artística
conocida. Esto lo hace aún más grande, nos dice su madre, Dalia Zuñiga. Fue
quizás un Don especial que Dios le dio, nació con estrella, con la estrella
de Belén, nació el 25 de Diciembre de 1958, comenta Dalia. Continúa
diciendo: "Le regalé su primer acordeón, el cual lo compré en Maracaibo y
se lo envié a San Juan del Cesar. Desde pelao le noté que iba a ser muy bueno,
tenía una capacidad innata para crear pases. Jamás le oí repetir nota en más
de catorce discos grabados con Juan Piña, Elías Rosado, Jorge Oñate y Diomedes
Díaz. Dios debe tenerlo en su gloria, porque él sabe lo bien que se portó
en la tierra. Aunque me lo quitó en el mejor momento de su vida personal y
artística, acepto con resignación esta mala jugada que la vida me ha dado,
al irse Juancho Rois de una manera tan inesperada, en un accidente tan absurdo".
Así como su madre tristemente trae a su mente el recuerdo, los sanuaneros
y el folclor vallenato también lo hacen: Juancho murió en
un trágico accidente áereo en Venezuela, el 22 de noviembre
1994...
Cada vez que montaba su acordeón se volvía una caja de sorpresas, aunque
muchos de sus seguidores sintieran nostalgia por aquellos años en que Juancho
hacía lo suyo con su verdadero estilo: el creativo, el innovador, el revolucionario.
Pero generó y se adaptó a un estilo y aun así, Juancho continuaba siendo una
fábrica de hacer música. Por eso, el día que Juan Humberto Rois dejó de vivir,
el vallenato perdió al último soberbio del acordeón.