Copyright © 2000 - Julio Felipe Herrera Romero
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Bogotá, D.C. - Colombia / Sur América

 

Máximo Móvil es como una canción de dolor hecha de risas celestiales. Es un "indio" que vuelve una inquietud de su alma, una canción de acordeón. Un hombre que compone pedazos de filosofía a la angustia de vivir. Un valor de esta música. Estaba sentado mirando los colores barrosos de la pobreza cuando un recuerdo de esos que tuercen el alma, lo invadió y le hizo aguar sus ojos rasgados de indio guajiro. Su piel morena y su rostro anguloso que enmarcaban una sonrisa oceánica habían sucumbido ante el dolor de la gente. Estaba pensando con su cerveza que le enjuagaba su boca con borbotones de lujuria, lo que su mujer cansada le había repetido la noche anterior. Era un pedido de madre buena que le comenzaba a torturar su alma en aquella noche brumosa de grillos ensordecedores y música de cantinas. Sus manos callosas de tanto trabajar con la madera de su sustento, agarraban con más fuerza la botella también oscura que una vez más se acababa. Los tragos excitaron su sensibilidad y su angustia por las palabras de su mujer que aún le susurraba el oído. Esa imagen le hacía pensar en su pobrísimo rancho que había dejado con su mujer y sus hijos para ir a tomar después de una jornada que cada vez le secuestraba más su libertad. Era que el dolor solo tenía una salida para aliviarlo y eran los tragos. La pesadez de su cuerpo embriagado lloraba por dentro de puro dolor reprimido. Su compañera sólo le había aconsejado dulcemente que no gastara los únicos pesos que tenían en parrandas. AI día siguiente este mismo recuerdo le enguayabó su alma. Sintió una terrible sed de vergüenza en su cuerpo. Flaqueó, pero como un amigo suyo, Leandro Díaz, Dios no lo dejó solo. Le dio valor. Sabía que en su alma había una necesidad de cantar y embriagarse, pero también la del amor que sentía por su familia, que lo era todo para él. Con su rostro sumiso de amor, le pidió perdón a su mujer. Para demostrarle su amor y su arrepentimiento por lo que había hecho, Máximo Móvil propuso componerle una canción que sería su himno y que alegró los corazones de un pueblo que ríe en vez de llorar: aquel poema triste que salió del alma fuerte y adolorida de Máximo fue "La mujer conforme". Su alma ya podía estar en paz. Porque cuando hace una composición Máximo siente descansar su alma, pero cuando se las graban se descompone, le hieren su alegría pero llora de felicidad. ¡Que ironías las de Máximo!.
No fue su primera canción. Ya su alma le había dictado varios pedazos de cosas que le han rayado su alma siempre y que le han invadido su pensamiento, como el amor de padre y el sufrimiento por su muerte. Máximo había nacido en un pueblito de casas contadas de gente pobre y noble, y niños barrigones con hilos de moco colgándoles de sus narices. Nunca estudió porque el tiempo lo necesitaba para otras cosas: para vivir. Las únicas letras de su educación fueron las que se enseñaron sus persistentes porqués de la vida, que llenaban su mente clara, justa e inteligente. Su hogar era el de la ranchería de la india Cornelia. Su madre, muy justa, Rosa Hermelinda Mendoza; su padre, único amigo, Máximo Manuel Móvil.

Máximo es un dador de amor y de estrofas filosóficas que poseen el subyugante encanto del cuestionamiento de la vida. El amor que lo enamora está en su vida como lo es el de justificar con versos existenciales la firmeza de su ser, ante todo. Frase tras frase, los versos de Máximo dejan sentir el dolor que se mitiga y que lo hace más fuerte. De aquellos amores compuso "Mujeres que me dejaron", descubierto casualmente por Alfredo Gutiérrez que lo grabó en 1969. Jorge Oñate lo haría también después. Máximo pensaba entonces que sus canciones no servían para eso. Eran para él y sus amigos. Como aquella que aún recuerda intensamente: "Entre mi padre y madre".
Máximo es de esos románticos que añoran de San Juan del Cesar la venta de dulces en tártaras llevadas por señoras amables en sus cabezas adoloridas. Fue una de esas nostalgias la que un 24 de junio, día del Santo Patrono de San Juan, le rompió el corazón de niño que aún vive en él. Enfermo en una clínica en Bogotá deseaba como ninguno, poder estar bajo las ralas acacias del verano de las vacaciones de junio, viendo pasar la procesión con su ropa de estreno. Bajo el frío que se calaba en sus huesos no pudo hacer otra cosa que sanar su herida componiendo una canción, que más tarde al cantarse en el Festival de Compositores de San Juan, hizo erizar el cuerpo de orgullo por la nostalgia que emanaba de su letra:

"Siempre el 24 de Junio, a eso de las cinco de la tarde / la procesión del Bautista está en la calle / va el padre diciendo Salve por la calle... lo alegre que no estará mi pueblo / amenizando la fiesta de mi patrón / y yo aquí lejos de tristeza me incomodo / seré amigo de todos, confundido en mis recuerdos...".

Está sentado en un asiento humilde de cuero de chivo en su patio limpio, ambientado por matas de plátano y yuca que son el recuerdo del campo de su "fortuna". Habla de su vida agarrando a intervalos sus manos de piel agrietada por los años cansados, como si fuera un niño que tímido se agarra sus manitas para darse un poco de fuerza. Habla de dolor pero se siente alegre. Es una extraña sensación cuando se está al lado de Máximo. Un gallo eleva su canto en la tarde que ya se despide con un sol rojo agotado.
Dice: "Miren cómo canta... parece Dios que con su halo lo invita a hacerlo"... Ese es Máximo Móvil el que vive de presentimientos... El de Siempre...

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